Hay sucesos que marcan un cambio, un antes y un
después, un hito histórico del cual no es posible devolverse. Quisiera decir
con la mano en el corazón, que el vil asesinato de Oscar Pérez y sus valientes,
su entierro casi clandestino y las terribles circunstancias de su muerte, es
uno de estos sucesos.
Pero lamentablemente no lo es.
Estando lejos de mi Venezuela amada por una
corta temporada, y comprobando lo que decía el poeta, “que no tienen estrellas
las noches del destierro”, en una de esas tranquilas noches de Barranquilla,
cuyo único sonido es el del famoso viento de la Arenosa. Me di cuenta de una conducta
recurrente que tenemos los venezolanos, y que es contraria a lo que sucede en
otros países.
Nosotros los venezolanos al contrario de los demás
países detestamos a nuestros héroes, ensuciamos a nuestros próceres, y no
sentimos por ellos ni por su vida y valores otra cosa que no sea una sorda
envidia que nos lleva siempre a buscar algo para desmitificarlos y ensuciar su
memoria.
Así he visto a gente hablar barbaridades de Bolívar,
he escuchado relatos infames acerca de Miranda, y comentarios soeces sobre Simón
Rodríguez, o Luisa Cáceres de Arismendi solo por nombrar algunos. Mientras las demás
naciones buscan hacer de sus grandes hombres ejemplos, nosotros lamentablemente
tratamos siempre de bajar su grandeza a niveles manejables por nuestra falta de
identidad y amor por la patria.
Y si de
ejemplos actuales se trata, puedo contarles centenares de la miss Universo que
seguramente se acostó con todo el jurado para que la coronaran, o del actor
venezolano o cantante que triunfa fuera a punta de drogas o favores.
Pero si esto solo se quedara allí, seria hasta
manejable, pero lo peor es que ha traído grandes y muy tristes consecuencias
que hoy, en la hora más oscura de nuestra república, ha provocado no solo una
imagen ambigua a los ojos de la comunidad internacional, sino que ha producido
muertes, gran cantidad de muertes, de inútiles muertes, sin sentido ni lógica alguna.
Porque mientras somos especialistas en la crítica
feroz, y en vender lastima a los ojos de los demás, a la hora de defender y
luchar por lo que realmente nos interesa, nos refugiamos en nuestras casas con
la excusa de que ellos, los malos, los asesinos, los que nos están matando de
hambre son los que tienen las armas, pero que si dicen que hay que sacar el Carnet de la Patria, hacemos
horas de cola para sacarlo, y si dicen que hay que prostituirse para que
estando preñada todo un año recibas 700000 bolívares, equivalentes a un cartón
de huevo y dos kilos de arroz, entonces mandamos a las hijas a dejarse
embarazar, para contar con los 700 mil.
Para eso somos buenos, para quejarnos, para
arreglar el mundo frente a una cerveza, para contemplar impávidos al hijo que
se muere de hambre, o al familiar que languidece sin medicinas y maldecir al
HDP correspondiente, para saquear y robarse hasta las tapas de las pocetas de
los negocios saqueados, para insultar para adentro al sátrapa gobiernero,
sonriendo por afuera.
Hipócritas y serviles, porque hay que estar
bien con todo el mundo si quieres comer. Porque me hago llamar diputado y aquí doy
declaraciones en contra del estado de cosas, del estado fallido, del narco
estado, etc. Y afuera voy a negociar unas elecciones que me garanticen mi
vigencia política y mi continuidad. Porque la ANC es una atrocidad irrita aquí,
pero si gano una gobernación voy a que me juramenten los atroces personeros írritos
de la misma.
Porque carecemos de una definición ciudadana, y
esto pasa porque no tenemos una identidad patriota, ni sentimiento de
pertenencia. Los norteamericanos saben que George Washington no fue el mas
preclaro de los hombres, pero exaltan su proceder, sus gestos de valor, su
fortaleza, y dejan pasar quizás subrepticiamente sus debilidades y errores,
para que siga siendo visto por los niños como el Padre de la Patria.
¿Entonces existe más grandeza en Washington que
en Bolívar? No, pero el primero tiene un pueblo que lo quiere mientras que el
segundo hundido bajo la crítica y la traición más miserable, murió en un pueblo
colombiano con una camisa prestada, solo, condenado y miserable…abandonado por
el pueblo que le vio nacer.
Francisco de Miranda sufrió la misma suerte, al
igual que Simón Rodríguez, Sucre, y tantos otros próceres de la independencia
anterior. Solos y abandonados como los militares de la Plaza Altamira, como los
estudiantes abandonados frente a las balas de la Guardia Nacional cientos de jóvenes
solos y abandonados en las calles.
Como los presos políticos que de no ser por
algunas valientes ONGs y sus familiares ya nadie los recuerda, como López “que
se vendió por los 200 millones que tenía la esposa en el carro”, con lo que
convenientemente fue sacado del ruedo político con la anuencia de la mal
llamada oposición.
Como Brito solo desnutrido y olvidado. O el
General Vivas, Baduel padre e hijo, Caguaripano, como los millones de muertos
producidos por el hambre, por la inseguridad, por la falta de medicinas. Como
los miles de recién nacidos muertos en sus cajitas de cartón.
Solos y abandonados por un pueblo cuya efervescencia
dura unos días, y luego se esconde a lamerse las heridas hundidos en sus casas
con el rabo entre las piernas, y el Carnet de la Patria en el bolsillo.
Como Oscar Pérez, solo y abandonado con una
decena de valientes haciendo frente a una Jauría enferma de asesinos de los
colectivos y la gloriosa guardia nacional. Rindiendo su vida a las órdenes de
un asesino que detenta el poder y que ni siquiera tiene la nacionalidad
necesaria para hacerlo.
Nosotros abandonamos a los que se atreven, y
luego disfrazamos nuestra cobardía con la crítica feroz, con el comentario
procaz y vil, y cuando ya nada de eso funciona para quitarnos el sabor del asco
que sentimos en la boca, recurrimos a la manida formula del “tiempo de Dios que
es perfecto” y con eso justificamos no haber hecho nada para evitar la masacre,
para defender los derechos humanos, o para sencillamente exigir lo que básicamente
merece todo ser humano, el respeto a la vida, y a la dignidad.
Y un pueblo que no defiende su dignidad,
sencillamente no la merece.
Militza Pérez
Enero 2018