domingo, 21 de enero de 2018

Enero 2018

Hay sucesos que marcan un cambio, un antes y un después, un hito histórico del cual no es posible devolverse. Quisiera decir con la mano en el corazón, que el vil asesinato de Oscar Pérez y sus valientes, su entierro casi clandestino y las terribles circunstancias de su muerte, es uno de estos sucesos.

Pero lamentablemente no lo es.

Estando lejos de mi Venezuela amada por una corta temporada, y comprobando lo que decía el poeta, “que no tienen estrellas las noches del destierro”, en una de esas tranquilas noches de Barranquilla, cuyo único sonido es el del famoso viento de la Arenosa. Me di cuenta de una conducta recurrente que tenemos los venezolanos, y que es contraria a lo que sucede en otros países.

Nosotros los venezolanos al contrario de los demás países detestamos a nuestros héroes, ensuciamos a nuestros próceres, y no sentimos por ellos ni por su vida y valores otra cosa que no sea una sorda envidia que nos lleva siempre a buscar algo para desmitificarlos y ensuciar su memoria.

Así he visto a gente hablar barbaridades de Bolívar, he escuchado relatos infames acerca de Miranda, y comentarios soeces sobre Simón Rodríguez, o Luisa Cáceres de Arismendi solo por nombrar algunos. Mientras las demás naciones buscan hacer de sus grandes hombres ejemplos, nosotros lamentablemente tratamos siempre de bajar su grandeza a niveles manejables por nuestra falta de identidad y amor por la patria.

 Y si de ejemplos actuales se trata, puedo contarles centenares de la miss Universo que seguramente se acostó con todo el jurado para que la coronaran, o del actor venezolano o cantante que triunfa fuera a punta de drogas o favores.

Pero si esto solo se quedara allí, seria hasta manejable, pero lo peor es que ha traído grandes y muy tristes consecuencias que hoy, en la hora más oscura de nuestra república, ha provocado no solo una imagen ambigua a los ojos de la comunidad internacional, sino que ha producido muertes, gran cantidad de muertes, de inútiles muertes, sin sentido ni lógica alguna.

Porque mientras somos especialistas en la crítica feroz, y en vender lastima a los ojos de los demás, a la hora de defender y luchar por lo que realmente nos interesa, nos refugiamos en nuestras casas con la excusa de que ellos, los malos, los asesinos, los que nos están matando de hambre son los que tienen las armas, pero que si dicen que hay que sacar el Carnet de la Patria, hacemos horas de cola para sacarlo, y si dicen que hay que prostituirse para que estando preñada todo un año recibas 700000 bolívares, equivalentes a un cartón de huevo y dos kilos de arroz, entonces mandamos a las hijas a dejarse embarazar, para contar con los 700 mil.

Para eso somos buenos, para quejarnos, para arreglar el mundo frente a una cerveza, para contemplar impávidos al hijo que se muere de hambre, o al familiar que languidece sin medicinas y maldecir al HDP correspondiente, para saquear y robarse hasta las tapas de las pocetas de los negocios saqueados, para insultar para adentro al sátrapa gobiernero, sonriendo por afuera.

Hipócritas y serviles, porque hay que estar bien con todo el mundo si quieres comer. Porque me hago llamar diputado y aquí doy declaraciones en contra del estado de cosas, del estado fallido, del narco estado, etc. Y afuera voy a negociar unas elecciones que me garanticen mi vigencia política y mi continuidad. Porque la ANC es una atrocidad irrita aquí, pero si gano una gobernación voy a que me juramenten los atroces personeros írritos de la misma.

Porque carecemos de una definición ciudadana, y esto pasa porque no tenemos una identidad patriota, ni sentimiento de pertenencia. Los norteamericanos saben que George Washington no fue el mas preclaro de los hombres, pero exaltan su proceder, sus gestos de valor, su fortaleza, y dejan pasar quizás subrepticiamente sus debilidades y errores, para que siga siendo visto por los niños como el Padre de la Patria.

¿Entonces existe más grandeza en Washington que en Bolívar? No, pero el primero tiene un pueblo que lo quiere mientras que el segundo hundido bajo la crítica y la traición más miserable, murió en un pueblo colombiano con una camisa prestada, solo, condenado y miserable…abandonado por el pueblo que le vio nacer.

Francisco de Miranda sufrió la misma suerte, al igual que Simón Rodríguez, Sucre, y tantos otros próceres de la independencia anterior. Solos y abandonados como los militares de la Plaza Altamira, como los estudiantes abandonados frente a las balas de la Guardia Nacional cientos de jóvenes solos y abandonados en las calles.

Como los presos políticos que de no ser por algunas valientes ONGs y sus familiares ya nadie los recuerda, como López “que se vendió por los 200 millones que tenía la esposa en el carro”, con lo que convenientemente fue sacado del ruedo político con la anuencia de la mal llamada oposición.
Como Brito solo desnutrido y olvidado. O el General Vivas, Baduel padre e hijo, Caguaripano, como los millones de muertos producidos por el hambre, por la inseguridad, por la falta de medicinas. Como los miles de recién nacidos muertos en sus cajitas de cartón.

Solos y abandonados por un pueblo cuya efervescencia dura unos días, y luego se esconde a lamerse las heridas hundidos en sus casas con el rabo entre las piernas, y el Carnet de la Patria en el bolsillo.
Como Oscar Pérez, solo y abandonado con una decena de valientes haciendo frente a una Jauría enferma de asesinos de los colectivos y la gloriosa guardia nacional. Rindiendo su vida a las órdenes de un asesino que detenta el poder y que ni siquiera tiene la nacionalidad necesaria para hacerlo.

Nosotros abandonamos a los que se atreven, y luego disfrazamos nuestra cobardía con la crítica feroz, con el comentario procaz y vil, y cuando ya nada de eso funciona para quitarnos el sabor del asco que sentimos en la boca, recurrimos a la manida formula del “tiempo de Dios que es perfecto” y con eso justificamos no haber hecho nada para evitar la masacre, para defender los derechos humanos, o para sencillamente exigir lo que básicamente merece todo ser humano, el respeto a la vida, y a la dignidad.

Y un pueblo que no defiende su dignidad, sencillamente no la merece.

Militza Pérez
Enero 2018




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